En un anuncio sorpresivo y polémico, el presidente Donald Trump ha ordenado la reapertura de la icónica prisión de Alcatraz, ubicada en la bahía de San Francisco, como parte de su estrategia para endurecer las políticas de seguridad y combate al crimen. Cerrada desde 1963, la prisión volverá a funcionar con una nueva infraestructura y máxima seguridad, destinada a albergar a los delincuentes más violentos y peligrosos del país.
Trump hizo pública su decisión a través de un comunicado oficial y en su red social, asegurando que “es momento de recuperar el control, imponer orden y enviar un mensaje claro a los criminales”. El presidente indicó que Alcatraz se convertirá en el símbolo de una nueva era de justicia “firme y sin concesiones”.
El plan contempla no solo la rehabilitación de la estructura histórica, sino también una expansión del complejo penitenciario con tecnología de vigilancia de última generación. Se espera que la prisión albergue tanto a criminales condenados por delitos violentos como a inmigrantes con antecedentes penales, siguiendo con las recientes medidas del gobierno en materia migratoria y de seguridad interna.
La noticia ha generado un intenso debate en el país. Mientras los seguidores de Trump ven la decisión como un paso valiente para frenar la ola de criminalidad, críticos del mandatario cuestionan la viabilidad del proyecto, los elevados costos que conllevaría y la efectividad de recurrir a un símbolo del pasado como solución a problemas actuales.
Alcatraz, famosa por haber alojado a criminales como Al Capone y conocida por su aparente imposibilidad de escape, se ha mantenido durante décadas como una atracción turística. Ahora, el gobierno planea devolverle su antiguo propósito, adaptándola a las exigencias del siglo XXI.
Con esta decisión, Trump refuerza su mensaje de ley y orden de cara a las próximas elecciones y busca reafirmar su imagen como líder implacable frente al crimen, aunque no exento de controversia.


